martes, 27 de marzo de 2012

Consejos para afrontar la búsqueda de empleo

Recuerdo la frase de Henry Ford (1863-1947): tanto si crees que puedes, como si crees que no puedes… tendrás razón. A veces en un proceso de selección somos nosostros mismos los que no creemos que podemos. No hay “mirlos blancos”, pero sabido es que con la alta tasa de desempleo, lo complicado no es encontrar perfiles profesionales con los requisitos de formación y experiencia necesarios: incluso hay candidatos con más cursos que medallas en la guerrera de George C. Scott interpretando al general Patton. Ahora bien, sabemos que cada vez es más evidente que el currículum en sentido tradicional solo da pie a tener una entrevista. El éxito en el desempeño nos los predice la personalidad y las competencias, nuestros comportamientos y valores, porque además nos indican si encajaremos o no en la cultura de la empresa en cuestión.
Recuerdo el experimento de la profesora de Yale, Sigal Barsade, en 1998. Esta reunió a varios grupos de estudiantes para que actuaran como gerentes que debían asignar bonificaciones. Cada uno de ellos debía obtener el mayor importe para el candidato que proponía,  al tiempo que ayudar a la comisión para que utilizara los fondos de la mejor manera posible para la empresa en su conjunto. En los grupos participaba camuflado un actor que siempre hablaba primero y presentaba los mismos argumentos pero utilizando dos pares de registros emocionales diferentes y combinables: podía ser positivo o negativo y  enérgico o relajado. El efecto era el contagio emocional, tanto de las emociones positivas como de las negativas, pero especialmente si el enfoque era positivo y relajado a la vez. Las mediciones demostraron que los grupos eran más efectivos en este último caso, distribuyendo las bonificaciones de modo más justo y beneficioso para la empresa. Esto confirmaba lo que Robert Kelley, autor de “Cómo ser una estrella en el trabajo”, concluyó  en 1997: solo un 15% del  conocimiento que necesitamos para hacer nuestro trabajo está almacenado en nuestra mente, frente al 75% que suponía en 1986, dado que cada vez se genera más conocimiento y cada vez a mayor velocidad. Cada vez más la relación entre el profesional y la organización es una cuestión de compatibilidad de caracteres como comentaba en mi artículo publicado en el periódico Levante de 9 de octubre de 2011.

domingo, 4 de marzo de 2012

Abstenerse Cenizos

 Llevaba tres dias viendo candidatos sin parar, y no había tenido éxito. Había quedado con unos amigos en el bar Congo. Salió de la oficina, y tomó un taxi. Mientras circulaba hacia su destino, pensaba que el candidato ideal debía conjugar tres elementos básicos: saber, querer y poder. Recordó lo que otro taxista le había resumido irónicamente en uno de sus frecuentes trayectos al trabajo: no se puede ir por la vida pensando que estudiar es desconfiar de la inteligencia del compañero, ni que el interés por un asunto se mida por si uno llega a la página dos de Google, le había dicho.  La teoría de las cinco grandes dimensiones de la personalidad (“the big five”) distinguía nuestra tendencia, forjada en los años de la infancia, a buscar o a huir de las experiencias nuevas, a exigirnos o no la disciplina necesaria para conseguir nuestros objetivos, a disfrutar o no de la relación con el mundo exterior y las demás personas, a sobrellevar mejor o peor la frustración y el estrés, y, por último, a interesarnos en mayor o menor medida por los demás. Precisamente los estudios sobre esta última dimensión denominada  afabilidad, indicaban que las personas con alta puntuación en la misma, eran más cooperativas, altruistas, amables, cariñosas y, quizá lo más importante de todo, simpáticas. Se divorciaban menos, y se percibían de manera más favorable en las entrevistas de trabajo, presentando más posibilidades de ascender en la empresa.  Tal vez era esto lo que buscaba su cliente; en una época de crisis como la actual, lo predominante eran estados de ánimos negativos, irritados o deprimidos, que no acababan de aceptar y adaptarse al nuevo entorno. Se había generalizado el colmo del pesimista: temer que les quiten lo bailao. Y cuando uno solo ve problemas en todo, él mismo acaba siendo el problema, como decía el personaje de  Pepe Sancho, en un episodio de ”Crematorio”.