Recuerdo la frase de Henry Ford (1863-1947): tanto si crees que puedes, como si crees que no puedes… tendrás razón. A veces en un proceso de selección somos nosostros mismos los que no creemos que podemos. No hay “mirlos blancos”, pero sabido es que con la alta tasa de desempleo, lo complicado no es encontrar perfiles profesionales con los requisitos de formación y experiencia necesarios: incluso hay candidatos con más cursos que medallas en la guerrera de George C. Scott interpretando al general Patton. Ahora bien, sabemos que cada vez es más evidente que el currículum en sentido tradicional solo da pie a tener una entrevista. El éxito en el desempeño nos los predice la personalidad y las competencias, nuestros comportamientos y valores, porque además nos indican si encajaremos o no en la cultura de la empresa en cuestión.
Recuerdo el experimento de la profesora de Yale, Sigal Barsade, en 1998. Esta reunió a varios grupos de estudiantes para que actuaran como gerentes que debían asignar bonificaciones. Cada uno de ellos debía obtener el mayor importe para el candidato que proponía, al tiempo que ayudar a la comisión para que utilizara los fondos de la mejor manera posible para la empresa en su conjunto. En los grupos participaba camuflado un actor que siempre hablaba primero y presentaba los mismos argumentos pero utilizando dos pares de registros emocionales diferentes y combinables: podía ser positivo o negativo y enérgico o relajado. El efecto era el contagio emocional, tanto de las emociones positivas como de las negativas, pero especialmente si el enfoque era positivo y relajado a la vez. Las mediciones demostraron que los grupos eran más efectivos en este último caso, distribuyendo las bonificaciones de modo más justo y beneficioso para la empresa. Esto confirmaba lo que Robert Kelley, autor de “Cómo ser una estrella en el trabajo”, concluyó en 1997: solo un 15% del conocimiento que necesitamos para hacer nuestro trabajo está almacenado en nuestra mente, frente al 75% que suponía en 1986, dado que cada vez se genera más conocimiento y cada vez a mayor velocidad. Cada vez más la relación entre el profesional y la organización es una cuestión de compatibilidad de caracteres como comentaba en mi artículo publicado en el periódico Levante de 9 de octubre de 2011.
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